Hesitation
A la hora de la siesta no hay mucho que hacer. Fuera hace demasiado calor, no corre ni un poco de brisa. Cuesta respirar, y andar bajo el plomo que cae es una hazaña que no se justifica casi con nada. Estamos dentro de casa, en la semioscuridad, mis perros y yo. Ellos acostados, derramados en el suelo, en silencio. Solo se oyen las teclas mientras escribo, una mosca encerrada en alguna habitación de la casa y a veces el motor del frigorífico. La calma es tal que da la impresión de que todo es como debe ser. La luz es tenue, el ruido, adormecedor, y el hilo de los sueños enlaza a cada ser en su inconsciencia. Yo, ser pensante, miro de vez en cuando el reloj del ordenador, no puedo evitar desesperarme ante la urgencia del tiempo. El tiempo pasa sin detenerse incluso a la hora de la siesta, aunque parezca todo en un estado latente, en espera, pausado en una imagen de claroscuros. Durante esas tres o cuatro horas desde que he terminado de comer hasta que vuelvo al huerto para poner en...




