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Vivir sin darse cuenta

No vivo junto al mar, ni siquiera está cerca, pero lo contemplo desde el celeste de mi ventana   Oh, sí, hay domingos que bien valen una entrada de blog, sentarse a media tarde frente al ordenador, que está de vacaciones, y aunque afuera sople, por fin, esa brisa que anticipa el otoño y desde la ventana el celeste te haga desear el mar, escribir. «Hoy quiero vivir sin darme cuenta», que decía Mafalda, esa frase leída de pasada en Instagram o en alguno de esos sitios de entrar y salir, sonaba esta mañana en mis oídos nada más abrir los ojos. Vivir sin darme cuenta debe de ser no tener ningún plan, latir con el día sin oponer resistencia a cada impulso. Esto solo es posible siguiendo una rutina improvisada, sin reloj, sin prisa, sin órdenes, casi sin sonido... Tic tac, el corazón se alegra con la luz…, el frío del suelo eriza la piel…, sentir hambre y comer, sonreír bajo el chorro de agua en modo cascada, decidir no decidir, caminar sin prisa ni plan…, no buscar y encontrar qué hacer...

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