Cuestión de enfoque
Cada día retiro el estiércol de las cuadras como una especie de penitencia mítica: un día tras otro, siempre la misma acción, en un eterno retorno de expiación infinita. Y no me importa, es la verdad. Se me da bien, tengo lo que podría llamarse método, y lo hago por amor. No me molesta el olor, y me encanta cómo queda después, con el agua fresca y la paja limpia en el pesebre.
¿Me gustaría no tener que hacerlo? Pues quizá sí, pero no me lleva más de diez o quince minutos, y reutilizo el estiércol en el huerto. Nadie me obliga a hacerlo. Se ha convertido en una especie de ritual: comienzo el día procurando bienestar. Soy una privilegiada.
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