Revelaciones

 



Si lo hubiera sabido antes... A las 11h llegamos al Cerezo, esa aldea fantasma de casas de piedra, sin aceras ni torres, tan solo muros bajos, también de piedra, que delimitan zonas verdes sin pasos. La mañana era gris, daban lluvia. Caminamos a buen ritmo, cuesta abajo, en dirección a la Vegueta del Fresno. Frente a nosotros, casi flotando entre brumas, el perfil azul de la sierra de Jaén. Alrededor el silencio de pájaros que no vemos, y nuestra charla alertando a cualquier otro animal que seguro nos observa sin ganas. Muchos árboles están aún desnudos, piel oscura de ramas enredadas sobre el lienzo de un cielo apagado. Una lluvia fina, finísima refresca mi rostro mientras camino sin prisa, al fondo el rumor del agua. Cuánta soledad en una sola postal en la que ninguno de nosotros es capaz de distinguir cuáles de todos esos árboles son los fresnos. Lentisco, enebro, pino, jara, encina, madroño y rocas como lomos de ballena cubiertos de musgo brillante, a este lado; cantos rodados de diferentes tamaños al otro, piedras blancas y rojizas de un lecho a la espera de aguas bravas que arrastran fardos de ramas y barro en su crecida, y luego dejan a su suerte entre las grietas de los riscos. La naturaleza no nos necesita. Nosotros caminamos, a veces mirando el suelo sin ver más allá, otras arrastrando la mirada sobre los cerros de este valle sin cumbres, de arbustos dispersos y roquedales como malas dentaduras, un Tetris de bloques en delicado equilibrio. El invierno se resiste a marcharse, la primavera empuja desde el centro de la tierra, entre la hierba asoman flores diminutas de cinco pétalos fucsias, y narcisos silvestres, cabizbajos como novicias que temen al cielo. La risa de la fuente cae sobre las lentejas de agua. Es real y no lo parece. Es perfecto.

Al llegar al Yeguas, el agua refleja la acuarela de la orilla. Comienza a llover, lentamente, no hay miedo de mojarse. Han dejado de oírse los pájaros y ahora solo canta la lluvia creando círculos como estrellas en el espejo del río. Quiero detenerme allí, encontrar un abrigo entre las rocas y escuchar. Buscamos huellas de aves en las islas de arena junto al agua, o sobre las endebles ramas de los árboles dibujados al carboncillo. Desde aquí el camino que nos queda es de subida, y de nuevo uno, dos y hasta tres horizontes que se asoman por encima de la niebla y nos ignoran. Nada está aquí por nosotros, ni un solo aroma; solo somos capaces de percibir un áctimo de todo lo que respira a nuestro alrededor, percibimos el oxígeno que nos embriaga como si se tratara de algo más puro que nosotros mismos.

Si lo hubiera sabido antes… Quizá habría llorado menos y caminado más. Habría mirado más, y hablado menos. Habría borrado mis huellas y dibujado más pájaros, habría memorizado mil nombres para cantarlos en sueños, quizá hubiera despertado al amanecer. Habría creído que dios sería a la yema de mis dedos como el tibio roce del musgo sobre las rocas.

Comentarios

  1. Gracias Estrella, nadie mejor que tu podría haber descrito tan bien la ruta de la Vegueta. Tony y Raquel

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