Divertimentos
«Soy una mujer madura, independiente y algo solitaria». Así empezaba mi perfil en una app de citas. Primer intento serio de conocer a gente interesante confiando en los algoritmos. Para quien no sepa cómo va esto explico brevemente. Subes unas fotos y rellenas un formulario con algunos datos como la edad, hijos, aficiones, preferencias de ocio y expectativas. Una vez publicado tu perfil, empiezas a recibir "likes", de hombres en mi caso, y si alguno de ellos te gusta o te llama la atención pulsas sobre un corazón y hacéis un "match". La mayoría de las fotos que se reciben son auténticos anti-líbido: fotos de hombretones con el torso desnudo o blandiendo una cervecita en la terraza; las que ocultan el rostro tras las gafas de sol, los primerísimos primer plano de mirada oblicua, las muy cutres en las que han recortado a la acompañante, posiblemente su ex; pero la que yo más odio es el selfie en el espejo del baño. ¿Por qué? ¿Qué habían ido a hacer al cuarto de baño? Si se trata de dar una imagen de intimidad, mejor en la cama (que también las hay).
Como digo, me había propuesto tomarme este divertimento en serio, así que subí fotos actuales, en diferentes contextos, y para demostrar que no tenía complejos, seleccioné un retrato con las gafas de presbicia como reclamo principal. ¡Qué ingenua soy! Pero lo más difícil fue redactar el perfil. Quieres gustar, pero también quieres asegurarte de mantener alejados a los chungos, a los machitos, a los carcamales, y en mi caso, también a los fachas y a los paletos. Exigente, lo sé. Mi primera intención era encontrar a alguien que supiera montar a caballo con quien compartir paseos los fines de semana. Pero cuidado con el verbo "montar" porque exalta los ánimos de los salidos. También hice un comentario sobre tener "la mente abierta". Craso error. No, señores, no me interesan los tríos.
Pagué un pase de una semana, y el primer like que di fue sin querer. ¡Pánico!, porque no hay vuelta atrás. Mal empezaba. Los dos primeros días no pude dejar de mirar el móvil para ver si había novedades. Es el enganche más narcisista que he experimentado jamás, también la mayor pérdida de tiempo. Suerte que conseguí desactivar las notificaciones por mail. ¿Por qué hay que ver una y otra vez las caras de aquellos que ya eliminaste con tu implacable gesto digital (de dedo) "pa fuera"? Es como vivir en el museo de los horrores o atrapada en un laberinto de espejos cóncavos. Y cuando por fin das con una cara bonita, o con una frase que te hace tilín —que te resuena, como se dice ahora—, recibes un mensaje con un número de móvil, sin más preámbulo. Cambié mi perfil hasta tres veces, afinando todo lo que pude en mis preferencias e insistiendo en mi buena disposición para una conversación genuina antes que nada.
Chicas, esto no es real. Sé que a veces es cuestión de suerte, de método, o de insistencia. Tengo amigas que han conocido a su pareja así, o a alguien con quien luego han podido mantener una relación más o menos interesante. Como dijo un amigo, esto ha venido para quedarse. En mi caso tengo que morderme la lengua para no romper el hielo con una pregunta del tipo ¿por qué estás aquí?, o sea "¿qué hace una chica como tú en un sitio como este?" que diría Burning. Las motivaciones para interactuar a través de este tipo de plataformas son muy variadas, pero intuyo que para muchos y muchas la verdadera respuesta es soledad.
Pero sigamos. ¿Qué sabes de alguien con una sola foto? Pues un montón de cosas. Con un poco de curiosidad y de práctica podemos hacer verdaderos retratos psicológicos del personaje en cuestión. Del personaje, no tanto de la persona. Las personas somos tridimensionales, y si nos ponemos puntillosos, según algunos estudios sobre el ser humano, tenemos hasta ocho dimensiones: la dimensión neurofisiológica, la cognitiva-psicológica, la afectivo-emocional, la comunicativo-expresiva, la social, la vocacional-profesional, la ético-moral y la espiritual o anímica. ¡Así es imposible hacer un match!
Conocer a gente interesante, conectar afectiva o sexualmente con alguien requiere buena disposición, salir del círculo vicioso de la autocomplacencia (o sea arriesgarse a sufrir) y un poco de suerte. Si además trabajas en casa y vives en el medio rural se necesita además un milagro. Como experimento ha sido interesante, salí ilesa, con la autoestima ni más alta ni más baja, y habiendo experimentado a ratos la sensación de bienestar que genera la mera expectativa. Solo he estado una semana y ha sido como sumergirme en una novela de ciencia ficción, en la que deambulas por un mundo de zombis, como un paréntesis de ruido en medio de una rutina de silencio. Me guardo algún que otro número de teléfono para la inercia de las noches de viernes o las tardes de domingo, cuando venderías tu alma por una promesa de amor. Vivirlo para contarlo.
La próxima vez —quién sabe— quizá cambie de estrategia, subiría una única foto, a ser posible de estudio y que no comprometa mi anonimato; en un increíble ejercicio de síntesis describiré mis ocho dimensiones, y si esto último me resulta imposible, como sospecho que será, dejaré simplemente una nota que diga: «voy en serio», y a ver qué pasa.
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