Vivir sin darse cuenta

No vivo junto al mar, ni siquiera está cerca, pero lo contemplo desde el celeste de mi ventana

 

Oh, sí, hay domingos que bien valen una entrada de blog, sentarse a media tarde frente al ordenador, que está de vacaciones, y aunque afuera sople, por fin, esa brisa que anticipa el otoño y desde la ventana el celeste te haga desear el mar, escribir.

«Hoy quiero vivir sin darme cuenta», que decía Mafalda, esa frase leída de pasada en Instagram o en alguno de esos sitios de entrar y salir, sonaba esta mañana en mis oídos nada más abrir los ojos. Vivir sin darme cuenta debe de ser no tener ningún plan, latir con el día sin oponer resistencia a cada impulso. Esto solo es posible siguiendo una rutina improvisada, sin reloj, sin prisa, sin órdenes, casi sin sonido... Tic tac, el corazón se alegra con la luz…, el frío del suelo eriza la piel…, sentir hambre y comer, sonreír bajo el chorro de agua en modo cascada, decidir no decidir, caminar sin prisa ni plan…, no buscar y encontrar qué hacer; sin dudar, hacerlo… 

No sé qué es «vivir sin darme cuenta». Llevo días pensándolo, y me viene una y otra vez la misma imagen: una brizna de hierba que se mece al viento. Respirar, caminar, sentir. Existir sin ser consciente, sin pensar, sin organizar, sin procurar, sin anticipar, sin prever, sin temer... Quizá vivir sin darnos cuenta es obviar los límites del tiempo, las obligaciones, los deberes, los miedos. Es vivir como respiramos. ¿Y no es eso lo que hacemos siempre? 

Estos meses de verano se pasaron en un soplo a fuerza de vivir tomando decisiones, contando cada día por sus horas, minutos y segundos, siempre escasos frente a una lista de tareas que nunca mengua, pero por fin un día dejó de oírse la hormigonera, envié el último mail de trabajo y grité a todos: «estoy de vacaciones». 

Hoy, finales de agosto, he ido a pasear, como cada mañana, esta vez más despacio y siguiendo a mi perro, en lugar de él siguiéndome a mí. No busqué a los caballos, aparecieron de pronto, los acaricié y vi que uno de ellos tenía una garrapata en los bajos, pequeña, fácil de quitar. Bajé con ellos al abrevadero, esperé que bebieran, los cepillé y acaricié, revisé que no hubiera más heridas o parásitos, les puse paja y los dejé en paz.

Me acerqué al huerto, estuve arando un bancal y preparando la tierra para trasplantar las coliflores que esperaban a la sombra desde hacía días. No sé qué hora era, no tenía sed, ni calor, ni cansancio… No tenía móvil, no se oía nada. Podía sentir el crujir de las hojas secas bajo el peso de las lagartijas. 

En realidad me «daba cuenta de todo» como nunca. Pero es cierto que no se me cruzó por el pensamiento nada que tuviera que ver con ayer, tampoco con mañana. Así fue como pasaron inadvertidos algunos problemas y circunstancias que hacen de la vida un lastre, muchas veces. ¿Hacen falta detalles?

He buscado luego la viñeta de Mafalda, para ver qué hacía ella mientras decía aquello. Está sentada en el suelo, escucha música y juega a construir una casita con piezas. Ya sé por qué esa frase retumbaba en mis oídos esta mañana, a una semana de acabar mis vacaciones.


Comentarios

  1. Vivir sin darse cuenta, creo que a tod@s nos ha pasado, particularmente me ha sucedido que recuerdo momentos y hechos vividos que en su día no apreciaba, parecían pequeñitos, sin importancia, sin trascendencia. Con el paso del tiempo me he percatado de su importancia y valor. Los vivía sin darme cuenta. Es importante parar un poquito, caminar más despacio por la vida y reflexionar para dar a esos momentos su importancia.
    PD. Tengo ganas de contemplar el mar desde tu ventana.

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