Confinados sin fin

Acaba de inaugurarse el décimo sexto día de confinamiento. Lo confieso: no estoy encerrada. Cada mañana abro de par en par las ventanas, y respiro profundamente el aire fresco de la sierra mientras el sol se cuela en mi cuarto. Enciendo la chimenea, ordeno y barro la casa; dejo salir a los animales, y preparo un zumo para tres y una cafetera de café. Esa es mi rutina al despertar. Algunos días hay ducha, no muchos, para ahorrar butano. Otros, un paseo por el campo, rebuscando entre las esparragueras. Nunca voy sola. Casi siempre somos tres, mis perros y yo; mínimo, dos, y con suerte cuatro o cinco, porque a veces se nos unen el caballo y el gato, espíritus libres. 
     Cada mañana los árboles silban su canto acompañado de trinos de pájaros. El arroyo murmura entre guijarros y ramas caídas su caudal constante. Las flores silvestres, tan pequeñas; fortuitas orquídeas moradas, colonias de margaritas de cabeza amarilla…, son diminutos puntos de luz entre el verde grisáceo del suelo. Y allí, en medio de las rocas, ya asoman las primeras amapolas como tímidos besos. Una primavera entre nubes de humo y breves arco iris sin principio ni fin. 
     Este espectáculo no parece esperar aplausos, solo el crujir de mis pasos entre las encinas. Árboles que abren sus brazos, preparados para el baile, me hacen olvidar la tristeza de un mundo que agoniza entre fiebres y toses. Yo me quedo contigo, primavera. Aquí donde el tiempo se palpa en la corteza de los árboles. Pero al volver a casa, mientras camino de una habitación a otra, vuelve el apremio del tiempo que se extingue, avivado por el fuelle de todos esos deseos postergados.
     Mi encierro es un dejar de correr para caminar sin pausa. Buscar en la rutina las fórmulas mágicas que todo lo cambian. Porque nada es lo mismo, porque lo que dejamos ahí fuera ha quedado obsoleto. Cuando no hay verdad a la que asirse es preferible el silencio. Aunque siento que en algún momento no podré parar de gritar, ni yo ni nadie. Gritaremos hasta agotar la angustia y el miedo, pero también para escuchar el eco de nuestra voz multiplicada, pálidas sonrisas nos devolverán la certeza de humanidad que perdimos. No corras. Ya has visto que correr sin rumbo no te alcanza la vida.

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