Taller de creación a partir de las ilustraciones de Ana Juan
Crónica del taller de creación que realizamos en el XII Salón del Libro Infantil y Juvenil el pasado mes de noviembre, a partir de la exposición de ilustraciones de Ana Juan, titulada "Entre azahares y madroños".
No sé de quién fue la idea de exponer las ilustraciones de
Ana Juan en el Salón del Libro Infantil. Tampoco sé por qué la artista eligió para
su exposición ese título tan jugoso y perfumado; algo tendrá que ver con su
tierra, Valencia. Pero me encantó la idea de pasarme una semana en la Sala María Moliner de la Biblioteca Central y tener como marco del taller el claroscuro y la fuerza expresiva de esas maravillosas ilustraciones colgadas en las paredes.
En un espacio asombrosamente frío, me observaban ojos de gato escondidos entre las sombras; ojos de niñas, ojos de vaca, ojos de ensueño, ojos cerrados y ojos como platos, oscuros ojos de cuento. Cada ilustración formaba parte de una historia, cada historia estaba encerrada en un libro. Pero allí del libro sólo quedaba una línea de título. Delante de nosotros, un puñado de escenas elegidas al azar: un sueño a medias. Nos tocaba reconstruir la historia. Crear siguiendo el proceso inverso; de la imagen a la palabra, de la idea a los hechos.
En un espacio asombrosamente frío, me observaban ojos de gato escondidos entre las sombras; ojos de niñas, ojos de vaca, ojos de ensueño, ojos cerrados y ojos como platos, oscuros ojos de cuento. Cada ilustración formaba parte de una historia, cada historia estaba encerrada en un libro. Pero allí del libro sólo quedaba una línea de título. Delante de nosotros, un puñado de escenas elegidas al azar: un sueño a medias. Nos tocaba reconstruir la historia. Crear siguiendo el proceso inverso; de la imagen a la palabra, de la idea a los hechos.
Después de observar una a una todas las ilustraciones, sólo tenía que avivar la curiosidad del
grupo con preguntas que disparasen su imaginación: ¿Quién es? ¿Cómo se llama?
¿Dónde está? ¿A quién mira? ¿Con qué sueña?... A partir de ahí surgieron las
historias.
Luego las pasamos a limpio en una cartulina,
pegamos la ilustración elegida en nuestra página y por último, la decoramos con papeles de colores, aquellos que nos parecían más acordes con el
tono de la historia.
A continuación podéis leer una selección de los textos que más nos gustaron. Son textos anónimos, ya que los hemos rescatado de los borradores (sin firma) que nos dejaron los chicos y chicas sobre las mesas, una muestra de que la inspiración estaba de nuestro lado.
Los autores de estos textos pertenecen a los siguientes colegios de Córdoba:
C.E.I.P. Jerónimo Luis de Cabrera
Colegio Ferroviario
Colegio San Rafael
C.E.I.P. Hernán Ruiz
Colegio San Rafael
C.E.I.P. Hernán Ruiz
Había una vez un
árbol que no tenía hojas porque nadie lo regaba. Estaba en un cementerio y
nadie podía entrar. Sólo entraban para enterrar a sus muertos. Alejandro
entraba todos los días porque era el enterrador. Había algo raro en aquel
árbol. Y es que cada vez estaba en un sitio diferente del cementerio. De
repente empezaron a desaparecer los muertos y Alejandro pensó que era culpa del
árbol, que estaba encantado. Pero ¿cómo sería posible, si al árbol nadie lo
regaba? Entonces se le ocurrió una cosa, y era que si el árbol era una materia
viva sin que lo regasen, tendría que regarlo y ver qué ocurría. Regó el árbol y
murió. Fue entonces cuando los muertos volvieron a aparecer. Cada uno en su
tumba. FIN
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Érase una vez una
mujer que creía en la magia, esa mujer se llamaba Ana. Ana se fue un día a su
casa pensando en que la iban a despedir del trabajo, así que ella muy
preocupada se acostó en su cama, junto con su café y su taza mágica. Pensando,
pensando se le ocurrió que podía utilizar su taza mágica y pedir que fuera
joven otra vez, para estudiar y disfrutar de su libertad por segunda vez.
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Érase una vez un
bosque encantado donde se escondía el sol. Un día el sol no salió y pararon los
días, las semanas, los meses, los años y… todos decidieron ir en busca del sol.
Ese día, Yanawi, un hombre que siempre estaba durmiendo, fue con todo el pueblo
a por el sol. Él iba bostezando, pero tuvo una idea. Esta era hablar con el sol
y con la luna, para que estuviesen doce horas cada uno en el cielo. Yanawi no
paraba de bostezar y siempre se reían de él, hasta que un día se hartó y
prometió no volver a bostezar. Cuando el sol salió, Yanawi dejó de bostezar, hasta
que salía la luna.
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Esta es la historia
de un perro llamado Kuko que quería subirse a la cama de su dueña. Por fin
consiguió subirse a la cama y de repente, vio que su dueña se había convertido
en gato. Kuko se extrañó y se lanzó a por el gato porque no sabía que no era un
gato, sino su dueña.
Al día siguiente el
perro fue otra vez al cuarto sin saber que su dueña seguía convertida en gato.
Se intentó subir otra vez a la cama. Cuando por fin pudo subirse, el gato ya no
estaba…
Kuko fue en busca
del gato. ¡No estaba por ningún lado! Pero probó un poco de té, y al probarlo
se convirtió en persona. Sabiendo que ese té era mágico cogió al gato e hizo
que él también lo probara. El gato se convirtió en una mujer. Y se enamoraron.
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Había una vez una
niña a la que le gustaba pedir deseos. Una noche se levantó de la cama, miró
por la ventana y pidió un deseo. Pidió que pudiera tener de mascota un gran
elefante. Esa mañana oyó un ruido, se levantó y fue a la cocina. Estaba todo
por medio. ¿Qué ha pasado aquí?, se preguntó.
Volvió a oír algo, y
fue rápidamente al garaje, abrió la puerta y allí había un enorme elefante.
Desde ese momento vio que sus deseos podían hacerse realidad, y desde entonces
siempre estuvo muy feliz.
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Érase una vez dos
pequeñas gemelas bailarinas que eran profesionales y bailaban ballet.
Un día las
bailarinas se presentaron a un concurso de ballet pero había un estricto
control para entrar en el alucinado y bello baile. Resulta que era un baile
encantado. La mayor, llamada Ottoline, leyó de refilón que decía: “La bailarina
que falle esta prueba deberá ser condenada a ser bailarina de joyero”.
Ottoline pensó que
estaba chupado hacer eso, y no le dijo nada del contrato a Coraline, la
pequeña. Y lo firmó.
El día del baile se
enfrentaron a diferentes pruebas. Por fin Coraline empezó a bailar y bailar
dando vueltas sin parar hasta que cayó encima del jurado. Perdieron. Las
llevaron a un precioso joyero quedando petrificadas.
Y dice la leyenda
que el primero que abra el joyero libertará a las bailarinas para siempre.
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En un país mágico
nació una chica muy bella. En el palacio todos la admiraban y cada vez que iba
a la plaza todos le cantaban una alegre canción.
Sus padres estaban
encantados con su rostro, sus ojos azules, su pelo rubio, pero sobre todo con
su hermosa voz. La joven se despertaba todas las mañanas cantando y se pasaba
las tardes tocando su gran piano.
Se iba acercando el
día de su boda y la chica tenía que prepararse: que si el vestido, que si el
pelo…
Cuando llegó el día
de la boda, la joven había preparado una alegre canción. Cuando la cantó…,
¡todos se quedaron impresionados!
Nadie se dio cuenta
de que su voz además de melodiosa era mágica y los convirtió a todos en
pájaros.
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Todos estaban
huyendo, no quedaba nadie, nada más que nosotros dos. Todo explotaba como si
fuera una bomba, pero no, no era una bomba sino un volcán en erupción.
—¡Corre! —gritaba mi
amigo.
—Es mejor callarnos
que gritar. ¡Corre! —comenté.
Entonces, y fue
entonces, cuando el volcán dejó de echar cenizas y fuego, y pasó a echar lava
lentamente. Después de un rato corriendo, mi amigo (un guepardo llamado Jagüi)
dijo:
—Corre, sube al
coche y huiremos por ruedas.
—Okey Makey
—comenté—. ¿Y el cinturón?
—No hay —me dijo
Jagüi—. Solo hay que salvar la vida.
Finalmente salimos
de la ciudad y nos salvamos, pero ¿a dónde nos dirigíamos?
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Érase una vez un
bosque oscuro. Un soldado musculoso que estaba atado de manos. El soldado
estaba cansado de huir de unos maníacos que lo habían secuestrado. El soldado
estaba hambriento aunque no estaba solo, porque tenía un amigo. Su amigo era un
pájaro de color rojo y muy listo. El pájaro consiguió comida y se la llevó al
soldado, hasta encontró una moto abandonada. El soldado y el pájaro comieron.
Cuando el pájaro terminó, intentó arreglar la moto. Al cabo de un rato, el
pájaro arregló la motocicleta y los dos se fueron de ese bosque oscuro.
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Érase una vez una
noche de luna llena. Una noche de mucho calor en la que se celebraba una fiesta
nocturna en una granja. Una niña llamada Carolina estaba estudiando los
animales en el colegio y le impresionó el toro porque era una animal muy
curioso. Cuando llegaron a la granja, Carolina se fue directa a los animales.
Al encontrar al toro se montó sobre él. El toro se puso nervioso y echó a
correr. Carolina estaba gritando y no sabía qué hacer. Decidió pensar en cosas
bonitas, por ejemplo sus colores favoritos, como el blanco y el amarillo. Se
dio cuenta de que llevaba un vestido blanco y las botas amarillas y eso la
consoló.
Cuando volvieron a
su casa, Carolina no paró de pensar en el toro. En su casa de Villarrubia su
padre le regaló un perro, se montó sobre él y le llamó Toro. Pasaron los años y
Toro se hizo mayor. Sabía que no se montaría más sobre un toro, pero con su
perro nunca se olvidaría de él.
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Esta es la historia
de una señora. Se trataba de una señora rica, soltera y aislada. Era una señora
triste y todas sus cosas eran igual. Ella sólo pensaba en lo que tenía. Vivía
aislada del mundo. Salía a comprar con sus dos perros idénticos. Pero un día
pensó: “Quiero algo que me identifique tal y como soy por dentro”. Así fue como
se compró un joyero brillante, aunque más bien era una caja de música. Advirtió
que estaba encantada, porque al sonar las bailarinas cobraban vida. Pero esta
mujer era inmune a la música. Y aunque las bailarinas tenían el poder de
despertar, esto nunca ocurrió porque esta historia era la fantasía de una mujer
que escribía en la calle…
Queridos amigos,
ResponderEliminar¡Qué sorpresa más grande me he llevado al ver vuestros trabajos! Le habéis dado nuevos nombres y nuevas vidas a mis personajes e incluso inventando otras historias.
Gracias por vuestra fantasía, qué no la pare nada ni nadie.
Tengo mucho que aprender de vosotros.
Un abrazo muy grande,
Ana Juan