Mujer rural


 

Decididamente yo soy una mujer rural. Me levanto temprano, lo primero que hago es abrirle a los animales para que salgan al campo, muchas veces voy con ellos a dar un corto paseo, en pijama. No me miro en el espejo, no me lavo la cara, no me peino, simplemente me meto en el bolsillo las llaves y camino. A mi regreso, después de poner el riego y acariciar los tomates, que dudo se pongan rojos con las frías noches de septiembre, vuelvo a casa y preparo el café. No hay nada que me impida desayunar de pie, frente a la ventana de la cocina, observando orgullosa mis geranios, sus flores tardías, rojas, fucsias, carmín... Hay que tener cuidado porque por la mañana el tiempo vuela, a poco que te despistes las campanadas de la iglesia dan las diez, y ya hay que encender el ordenador y trabajar. Y todo queda expectante, los perros, la vajilla sucia en el fregadero, la cama revuelta, el espejo del baño al que sigues sin asomarte…

Entre una cosa y otra, mando callar a mi mastín que ladra con celo cada vez que oye un ruido molesto, puede ser unas vecinas charlando, una moto, u otro perro que, a lo lejos, ladra al vacío. Pero él me protege. Yo me concentro y así las horas pasan más deprisa aún. Puede que hasta me olvide de que es hora de comer, y entonces me lanzo a la cocina, a improvisar una ensalada, recalentar la cena, o freír croquetas —siempre hay una bandeja en el congelador—. Y llegan las seis, o incluso las siete, y entonces cierro los programas, enchufo el ordenador a la corriente, bajo la pantalla, y lo dejo en reposo. Ha llegado la hora de volver a pasear, de contemplar el ocaso, de trabajar un poco a los caballos, o simplemente verlos pastar sentada en un neumático, las botas de agua verdes cubiertas de polvo.

No he ido al centro, no he comprado nada, no he quedado con nadie para desayunar o para tomar café, no he visto el telediario, ni he leído el diario, ni he ido a clase de yoga, o al gimnasio. No he tenido que esperar ningún bus, ni siquiera he tenido que cruzar un paso de peatones, sencillamente no he hecho más que trabajar y respirar oxígeno. Cansarme, posponer tareas, ansiar un momento para arreglar ese rincón. Puede incluso que no haya cruzado una sola palabra con otro ser humano en todo el día, sin pantalla de por medio.

¿Soy una mujer rural? Bueno, vivo en el campo, pero creo que más que rural soy una mujer rara, como un tomate verde que madura en otoño.

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